jueves, 14 de enero de 2016

El huerto (cuento macabro)

El tío Gonzalo vivía al final de un pequeño pueblo, frente al cementerio.
Nadie entraba en su viejo caserón, sus puertas y ventanas estaban siempre cerradas.
Era un hombre viejo, muy alto y fornido, con el pelo gris y su cara surcada de arrugas.
En su boca jamás nadie vio una leve sonrisa.
La huerta que había detrás de su casa estaba llena de árboles frutales, y a comienzos del verano de sus ramas colgaban excelentes frutos, los más grandes y sabrosos de todos aquellos campos que rodeaban al pueblo.
Mis amigos y yo no podíamos aguantar la tentación y nos adentrábamos en su huerto a robarle algunas frutas, pero siempre con el miedo a flor de piel, por el pánico que nos producía el tío Gonzalo si nos descubría allí.
Yo hoy, con el paso de los años, creo que sus frutos eran los más sabrosos y más grandes, porque los árboles eran abonados con los huesos de los muertos que él se encargaba de enterrar. Enterrar dos veces primero en la correspondiente tumba y más tarde en su frondoso huerto.
 Los vecinos cando visitaban el cementerio solo estaban ante unas tumbas vacías, el verdadero cementerio se había trasladado al huerto del tío Gonzalo.

 Narciso del Río


lunes, 11 de enero de 2016

La rana y el zarzal

Las manos de mi hermana me enjabonaban todo el cuerpo, yo estaba allí desnudo en la bañera y ella me frotaba más y más casi hasta hacerme sangrar. Yo sufría ella reía.
Me vistió con mis mejores ropas. Me sentía muy a gusto y feliz.
Salí muy deprisa, casi corriendo. Y cuando llegué a la otra orilla del pueblo, ya estaban allí todos mis amigos, también con sus mejores galas; pero yo me sentía el más bello y guapo del lugar.
Al borde de la carretera vi una hermosa rana. Quería tener su fresca panza sobre mi mano y mirar los dibujos de su piel.
Cuando quise atraparla, la rana saltó y yo caí tras ella por el barranco a un zarzal.
De allí salí con  el cuerpo arañado y mi hermosa ropa destrozada.
Todos estaban asombrados, yo, el más bonito y bello, por una simple rana acabé casi devorado por un zarzal.

 Narciso del Río


sábado, 9 de enero de 2016

La fuente de las palomas (cuento de terror)

 

El polvoriento camino serpenteaba por la agreste sierra. Al final de una loma, antes de llegar al Camino Real, se encontraba la única fuente donde saciar la sed, la llamada Fuente de las Palomas.

Los sedientos arbustos casi devoraban al estrecho camino que conduce hacia el manantial. Con los labios resecos por el calor y el polvo del largo camino, me adentre en el estrecho sendero. Las largas púas intentaban arañar mi sudorosa piel. Al final bajo una gran roca se encontraba el exiguo manantial. Avispas revoloteaban a mi alrededor.

Caen un par de gotas de agua formando un pequeño charco, algunas plantas de un verde muy intenso, contrastando con la inmensa sequedad del alrededor, crecen junto a la escasa agua. Sorbí con avidez el poquísimo líquido.

Al volver para continuar mi camino, veo un gran perro negro que acaba de llegar jadeante. Esperaba su turno para beber.

No pudo apagar su sed, yo me había adelantado bebiendo la escasa agua de la charca.

A escasos metros del Camino Real unos largos colmillos mordieron sobre mi garganta.

El oscuro animal saciaría su sed por fin con mi sangre.

Narciso del Río

fuente


















jueves, 7 de enero de 2016

La higuera y la oropéndola



En un barranco rodeada de arbustos espinosos se distinguía el verde intenso de una viejísima higuera.

El estrecho camino que llegaba hasta ella estaba siendo invadido por las plantas de largas púas, apenas se podía pasar por él para llegar hasta los deliciosos frutos.

Un viejo labrador se afanaba en luchar contra los amenazantes espinos, pero cada vez que cortaba alguno, este se desprendía de sus incontable semillas, las cuales volverían a germinar en cuanto cayeran las primeras lluvias. El trabajo era agotador y el viejo desistió en su lucha. Ya no podría comer más los sabrosos higos.

La higuera fue poco a poco sucumbiendo, devorada por un ejercito de largos y blancuzcos aguijones.    

Sus últimos y apreciados frutos fueron picoteado por una brillante y alegre oropédola, que después esparcirá sus semillas por lejanos lugares de la Tierra.            


Narciso del Río






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